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Es importante lo que el contacto físico adecuado puede lograr en nuestra salud y bienestar. Y los abrazos auténticos son una de las mejoras formas de lograrlo. Dar y recibir abrazos es un ritual fácil y sencillo de realizar.
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Es importante lo que el contacto físico adecuado puede lograr en nuestra salud y bienestar. Y los abrazos auténticos son una de las mejoras formas de lograrlo. Dar y recibir abrazos es un ritual fácil y sencillo de realizar.
Un abrazo debe ser una expresión amorosa y respetuosa hacia los demás, en la que nuestro interés está en expresarnos de forma honesta. Podemos darlo o podemos recibirlo y, en últimas, hacer las dos cosas al tiempo.
Podemos darlo cuando nos llenamos de una emoción por algo que nos desborda de dicha y necesitamos así poder reciclarnos con otro –incluso hasta que nos contengan– como puede ser en el momento de gol de nuestro equipo preferido, o al recibir una excelente noticia, o al ganar una competencia…
El caso es que estamos tan llenos de gozo, que queremos dar lo mejor de nosotros en ese instante y casi cualquier persona que lo reciba es adecuada. Así sabemos que somos portadores de una energía desbordada y darla nos hace bien. Lo mismo le sucederá a quien lo recibe.
A veces, en estado de tristeza, desconsuelo, pérdida, o dolor emocional o físico, llenos de abatimiento y desolación, recibir un abrazo real y sentido es más reconfortante que una medicina, más sano que una copa de licor, y más ecológico y económico que cualquier gasto de energía. Los resultados pueden ser espectaculares.
En este caso hay que estar dispuestos a dejarnos contener por el otro y a recibir lo que su ser nos proporciona, como su confianza, seguridad, fortaleza, protección y, por ende, sanación.
Hay otro tipo de abrazo, es un momento de dar y recibir al mismo tiempo (en los anteriores también se logra, pero en este caso el resultado es mayor).
Se trata de abrazarnos a nosotros mismos, o sea, cuando somos capaces de darnos (al tiempo que recibimos) confianza, protección, seguridad, fortaleza y sanación, generando una grandiosa y estable autovaloración de lo que somos y de lo que podemos lograr para salir adelante en lo que se nos presenta.
Este singular estrategia se logra si somos capaces de integrar en el acto del abrazo todo el amor que poseemos –si no lo tenemos presente, podemos recrear el sentir, por ejemplo, con recuerdos de seres amados– y toda la calidez posible.
Luego, con la mente dispuesta y las manos amorosas, nos consentimos y estrechamos con las manos cada parte de nuestro cuerpo, recordándole así lo importante, amada, respetada y valorada que es para nosotros.
Al hacer esto, nuestro sistema de defensa reconoce de nuevo esta parte como propia, la valora como respetada y amada y no como un enemigo para atacar, como sucede con muchas.
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